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Los anales.—Libro IV.

»temor de castigo, y si alguno se resentía, vengaba las »palabras con palabras. Siempre fué grande y poco sujeta »a maldicientes la libertad de escribir de aquellos á quien »la muerte hizo exentos de afición ó aborrecimiento. ¿Por »ventura sigo yo á Casio y Bruto armados en los campos »Filípicos, ó incito y persuado al pueblo con oraciones á »la guerra civil? ¿Acaso no murieron ellos cerca de setenta »años ha? Y así como ahora son conocidos por sus estatuas »á quien el propio vencedor no derribó, así ni más ni me»nos vive parte de su memoria en los libros de los escri»tores. La posteridad restituye á cada cual el honor que »le es debido, y así es cierto que cuando yo sea conde»nado habrá alguno que no sólo de Casio y Bruto, pero »también de mí tendrá memoria.» Salido después del senado, acabó la vida con abstinencia voluntaria. Decretaron los senadores que los ediles hiciesen quemar aquellos libros; mas quedando entonces escondidos muchos, se publicaron después. Cosa que ofrece harto gran materia de risa, pues es grande la ignorancia de los que con la potencia presente piensan que han de poder borrar la memoria de las cosas en los tiempos venideros. Antes en contrario, con el castigo de los buenos ingenios se aumenta mucho más su autoridad. De suerte que ni los reyes extranjeros, ni otro alguno de los que, como ellos, procuraron parecérseles en la crueldad, sacaron otro fruto que concitarse á sí mismos deshonra, y dar ocasión de nueva gloria y alabanza á los que tuvieron valor para vituperar sus acciones.

Fué este año tan fértil de acusaciones, que en los mismos días de las ferias llamadas latinas (1), habiendo subido (1) Existía entre los pueblos del Lacio una confraternidad religiosa. Estos pueblos en número de cuarenta y siete, y teniendo á su cabeza á los Romanos, se reunían todos los años en monte Albano, hoy día Monte Cavi, para ofrecer en nombre de todos los Latinos un sacrificio á Júpiter: y eso era lo que se