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Cayo Cornelio Tácito.

»á ser acusado de solas palabras; y éstas no contra el »príncipe ni contra su madre, que son los comprendidos »en la ley de Majestad, mas por haber loado á Bruto y á »Casio, cuyos hechos, habiendo sido notados por muchos »autores, ninguno ha dejado de honrarlos ni engrandecer»los. Tito Livio, clarísimo entre todos los escritores, de »elocuencia y fidelidad, celebró con tantas alabanzas á »Gneo Pompeyo, que Augusto le llamaba Pompeyano, sin »que por esto se le mostrase jamás menos amigo. Y »cuando hace memoria de Scipión, de Afranio, de este »mismo Casio, de este Bruto, no se hallará que los llamase »»ladrones ó parricidas, como los llaman abora, sino mu»chas veces varones ilustres y señalados. De los mismos.

»hacen honradísima memoria los escritos de Asinio Po»lión. Mesala Corvino (1) llamaba á boca llena su empera»dor á Casio, y el uno y el otro vivieron largos años llenos »de riquezas y cargados de honras. Al libro de Marco Ci»cerón, en el cual levanta hasta el cielo las alabanzas de »Catón, ¿qué otra cosa hizo el dictador César que respon»derle con una oración, como si estuvieran ante los jueces?

»Las epístolas de Antonio, las oraciones de Bruto contienen »grandes vituperios de Augusto, aunque llenas de falsedad »»y malicia. Léense hoy en día los versos de Bibáculo y de »Catulo llenos de oprobios de los césares; y con todo eso, »el mismo divo Julio, el mismo divo Augusto, no sé si con »mayor ejemplo de mansedumbre ó de prudencia, sufrie»ron estas cosas y las dejaron pasar sin hacer caso de ellas; »porque las mismas injurias, que menospreciadas se des»»vanecen, mostrando que nos causan enojo nos confesamos »por culpados de ellas.

»No trato aquí de los Griegos, á quien se concedió, no »sólo libertad, pero desenfrenada licencia de hablar, sin (1) Se pasó del partido republicano al de Augusto, de quien era compañero de consulado en el año de la batalla de Accio..