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Los anales.—Libro IV.

i que son pocos los que con la prudencia sola saben discernir las cosas honestas de las que no lo son, y las útiles de las dañosas, y muchos los que se enseñan á costa de los sucesos ajenos. Es bien verdad que así como estas cosas son de mucho fruto, son también de poco deleite; porque la descripción de las provincias y reinos, la variedad de las batallas, la muerte de los grandes capitanes son las cosas que más entretienen y recrean el ánimo del que lee.

Mas nosotros no escribimos otra cosa que mandatos crueles, acusaciones continuas, amistades falsas, ruina de inocentes, y las causas de estos efectos, siempre conformes en sus medios y en sus fines, con una semejanza de cosas bastante para cansar á quien quiera. Fuera de que son raros los que dicen mal de los escritores antiguos, importando poco que alguno se haya alargado en engrandecer con mayor gusto las escuadras cartaginesas que las romanas. Mas ahora viven todavía muchos descendientes de los que en tiempo de Tiberio sacaron vergüenza ó castigo.

Y cuando bien demos que hayan acabado aquellos linajes, se hallarán muchas que, por la conformidad de costumbres, pensarán que se les prohija á ellos todo el mal que se dice de los otros. A más de esto, la gloria y la virtud tienen sus émulos, según que el espíritu del hombre discurre en sí al contrario de lo que pide su natural. Mas volvamos á nuestro propósito.

En el consulado de Cornelio Coso y Publio Asinio Agripa fué acusado Cremucio Cordo de un nuevo y nunca oído delito: de haber en sus anales, que sacó á luz, loado á Marco Bruto y llamado á Cayo Casio el último Romano.

Eran los acusadores Satrio Secundo y Pinario Nata, ambos favorecidos de Seyano; calidad perniciosa para el ree, como también el ver que César comenzó á oir con disgusto la defensa de Cremucio. El cual, certificado ya de su muerte, habló en esta substancia: «A ni, padres conscriptos, me hallan de manera inocente en obras, que vengo