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Los anales.—Libro IV.

ellos, fiándose en el sitio, rodeado todo de grandes bosques. Entonces, puestas & punto las cohortes sueltas y tropas de caballos, haciendo marchar con presteza sin que se supiese á dónde al nacer del día, con ruido de trompetas y de gritos, da sobre aquellos bárbaros medio dormidos, con los caballos ocupados en diferentes ejercicios ó sueltos por las pasturas. Y donde los Romanos estaban cerrados entre sí, bien en orden y con toda arte de guerra, así los Númidas desproveidos, desarmados, sin orden, sin consejo, como si fueran ovejas, eran heridos, muertos y presos. Los soldados, encendidos con la memoria de los trabajos pasados y de ver las muchas veces que se les habían escapado con huir la batalla tan deseada, se hartaban con la venganza y con la sangre. Pasó la palabra mano en mano por los manípulos que todo hombre persiguiese á Tacfarinas, conocido ya de todos por tantos reencuentros, porque sin la muerte del que era cabeza no se podía fenecer aquella guerra. El, escogidos los más valerosos de su guardia, viendo á su hijo ya preso y á los Romanos esparcidos por todo, metiéndose por las armas enemigas, huyó la infamia del cautiverio muriendo no sin venganza.

Puso el presente suceso fin á la guerra, y pidiendo por ello Dolabela las insignias triunfales, se las negó Tiberio por respeto de Seyano, temiendo que se oscurecería la gloria de su tío Bleso: mas no quedó por ello Bleso más ilustre, y á este otro el honor negado aumentó la reputación, habiendo con menor ejército llevado más famosos prisioneros, la muerte al fin del capitán, y el traer consigo la fama de haber fenecido del todo la guerra. Añadíasele más á Dolabela el venirle siguiendo los embajadores de los Garamantes, vistos raras veces en Roma, enviados, muerte Tacfarinas, por aquella gente atemorizada y no sin culpa á dar satisfacción al pueblo romano. Sabida después la voluntad con que había ayudado Ptolomeo en esta guerra, se le envió con un senador el cetro de marfil y la toga de