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Cayo Cornelio Tácito.

no fuesen menos castigados por los delitos cometidos en ellas por sus mujeres, que si los cometieran ellos propios; y esto aunque fuese sin culpa ó sabiduría suya.

Tratose después de esto de Calpurnio Pisón, hombre noble y fiero. Este, como dije arriba, había dicho públicamente en pleno senado que se quería desterrar de Roma por no ver los bandos de los acusadores; y poco después, menospreciando el poderío de Augusta, se había atrevido á citar en juicio á Urgulania, sacándola de la propia casa del príncipe, cosas que por entonces no las tomó mal Tiberio. Mas como en aquel ánimo tenaz en la ira, dado que al parecer se hubiese amortiguado el primer impetu, vivía todavía la memoria de la ofensa, ordenó que Quinto Granio acusase á Pisón de secretas juntas contra la majestad del principe, añadiendo que tenía venenos en casa y que iba con armas secretas á palacio: cosas que por exceder demasiado á la verdad no se atendió á ellas: más culpado por otros muchos cabos, no se pudo fenecer la causa por sobrevenirle la muerte en buena ocasión. Deliberóse también de Casio Severo (1), desterrado, el cual, nacido de bajo linaje y viviendo una vida digna de vituperio, aunque famoso orador, se había concitado tantos enemigos, que por sentencia del senado, dada con juramento, fué desterrado á la isla de Creta, donde continuando su mala suerte de vida, y añadiendo nuevos aborrecimientos á los viejos, quitándole al fin todos sus bienes y bandeándole de nuevo con la privación acostumbrada de agua y fuego, se acabó de envejecer en la roca Serifia.

Por este mismo tiempo Plaucio Silvano, pretor, ignóranse las causas, arrojó de un precipicio abajo á su mujer Apronia, y acusado ante César por su suegro Lucio Apro(1) Había sido desterrado á Creta en tiempo de Augusto como autor de libelos infamatorios, y destruídos sus escritos por orden del senado.