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Los anales.—Libro IV.

y la ya inclinada suya, pidió que entrasen los hijos de Germánico, consuelo último de sus males presentes. Salieron los cónsules, é instruídos por ellos los mozuelos de lo que habían de decir, los traen á la presencia de César, el cual teniéndolos por la mano, «estos pupilos, dijo, padres conscriptos, había entregado á su tío, aunque con hijos propios, para que los tuviese y amparase como tales, por fundamento suyo y de sus sucesores; mas ahora que me veo privado de Druso, vuelvo á vosotros mis ruegos, pidiéndoos por los dioses presentes y por la patria que recibáis y amparéis estos biznietos de Augusto, nacidos de esclarecidos progenitores, supliendo á vuestro deber y al mío. A éstos, oh Nerón y Druso, os doy en lugar de padres, habiendo nacido vosotros tales que vuestro bien y mal pertenece y toca á la república.» Fueron con gran llanto y después con ruegos de suma felicidad oldas estas palabras; y si parara aquí, hinchiera de su gloria y de general compasión los ánimos de los oyentes; mas volviendo á sus vanidades, tantas veces murmuradas, de dejar la república, y que los consules ó algún otro se encargase del gobierno, quitó también la fe que se había dado á lo honesto y á lo verdadero. Decretáronse á la memoria de Druso las mismas cosas que á Germánico, añadiéndose algunas, como de ordinario lo traen consigo las últimas adulaciones. La pompa fúnebre fué ilustre por el espectáculo de las imágenes, viéndose Eneas origen del linaje de los Julios, todos los reyes de Alba, el fundador de la ciudad, Rómulo; seguía la nobleza Sabina (1), Apio Clauso, y en larga ordenanza todas las demás estatuas de los Claudios.

En dar cuenta de la muerte de Druso he referido cuanto dejaron escrito fidelísimos autores; mas no quiero pasar (1) A causa del sabino Ato Clauso, fundador de la familia de los Claudios, á la cual pertenecía Druso.

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