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Los anales.—Libro IV.

naba. Distribuía los honores, teniendo consideración á la nobleza de los pasados, al valor en la milicia y á las demás virtudes civiles, hasta hacer constar bastantemente que se habian procurado escoger los mejores sujetos. A los cónsules y á los pretores se les conservaba la misma apariencia y majestad, y á los magistrados menores la autoridad acostumbrada. De las leyes, salvo la de la majestad, no se usaba mal. Los trigos, gabelas, tributos y otras rentas públicas eran administradas por las compañías de caballeros romanos. Sus propias cosas encargaba Tiberio á personas excelentes y conocidas por él; y á los que no lo podían ser, libraba sus esperanzas en la buena fortuna; todos los cuales, admitidos una vez, no se despedían más; tan sin género de mudanza en esto, que muchos se envejecían en los mismos cargos. Fué trabajado el pueblo por ocasión de carestía, más sin culpa del príncipe, que no perdonó á gasto ni á diligencia, procurando remediar la esterilidad de la tierra, y que se evitasen los peligros de la mar y facilitasen los acarreos: proveyendo también que las provincias no fuesen trabajadas con tributos nuevos, y que la crueldad y avaricia de los ministros no fuese causa de que no se pudiesen sufrir los viejos. No se usaban azotes, ni confiscaciones de bienes.

Tenía por Italia César pocas posesiones, no muchos esclavos, la casa en manos de pocos libertos, y si le convenía pleitear con particulares no se diferenciaba de los demás en el modo de seguir su justicia. Estas cosas, no por vía de mansedumbre, sino rostrituerto siempre y las más veces temido de todos, mantuvo al fin, hasta que con la muerte de Druso se trastornó todo; porque mientras él vivió se conservaron, á causa de que, dando entonces Seyano principio á su grandeza, quería hacerse conocer en los buenos consejos; temeroso de otra parte de un castigador tal como Druso, no ya adversario oculto, y que muchas veces se dolía de que en vida del hijo del emperador