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Los anales.—Libro III.

y en razón de esto ordenaron los antiguos que precediendo y constando el delito siguiese la pena, y que así no alterasen las cosas inventadas con prudencia y observadas con aplauso y gusto universal; pues era harto grande de suyo el peso de los principes, y bien excesiva la fuerza de su poder, el cual, cuanto más se aumentase, tanto mayor diminución admitirían la razón y la justicia. Por lo cual no había necesidad de usar de potencia absoluta mientras había camino para servirse de las leyes.» Fueron oldas estas cosas con tanto mayor alegría y gusto universal; cuanto Tiberio solía ser menos afable y popular en su trato.

Y como era prudente en moderarse si no era arrebatado de su propio enojo, añadió: «que siendo la isla de Giaro inculta y deshabitada, pedía que concediesen á Silano el poder cumplir su destierro en la de Citera en honra de la familia Junia, y de haber tenido Silano la propia dignidad que ellos: que esto mismo pedía su hermana Torcuata, doncella de antigua santidad. Y al fin alzando los senadores las manos (1), convinieron todos en conceder esta demanda.

Oyéronse después de Cirenenses, y Cesio Cordo fué condenado en la ley de residencia, acusándole Ancario Prisco.

César no quiso que Lucio Enio, caballero romano, acusado de majestad por haber fundido una estatua de plata del príncipe y hecho de ella toda suerte de vasos de servicio, fuese tratado como reo; contradijolo descubiertamente Ateyo Capitón casi como mostrando libertad y entereza, diciendo: «que no se les debía impedir á los senadores la facultad de ordenar las cosas, ni dejar sin castigo un delito tan grave. Sea Tiberio, decía él, muy enhorabuena demasiado sufrido en su propio dolor, mas no haga liberalidades de las injurias hechas á la república.» Entendió estas cosas Tiberio más como ellas eran que como sonaban, y no mudó (1) A esta manera de votar llama el autor faota discessio.Nota del T. E.