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Los anales.—Libro III.

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175 En este mismo tiempo, enfermando gravemente Julia Augusta (1), obligó al príncipe á volver de improviso á Roma.

Conservábase en pie hasta entonces una sencilla concordia entre madre e hijo: á lo menos si había aborrecimientos estaban ocultos; porque habiendo poco antes Julia dedicado á Augusto estatua junto al teatro de Marcelo, había puesto el nombre de Tiberio después del suyo: croyéndose que como cosa que ofendía la majestad imperial, se había disgustado, por más que procurase disimular la ofensa. Mas entonces ordenó el senado que se hiciesen rogativas por su salud á los dioses, y se celebrasen los juegos llamados grandes, de que solían cuidar los pontifices, los augures, junto con el colegio de los quince y de los siete varones y los cofrades augustales. Había votado Lucio Apronio que presidiesen también en estas fiestas los sacerdotes feciales, mas contradijo César, haciendo diferencia entre los institutos de los sacerdotes, y trayendo ejemplos de que no se había dado jamás aquel honor á los feciales, á cuya causa se habían añadido lus augustales, como sacerdocio propio de aquella casa, por quien se hacían aquellos votos.

No he tomado por asunto el referir aquí los pareceres de todos, sino los más excelentes por su honestidad, ó los más notables por su infamia: cuidado y ocupación precisa de quien se encarga de escribir anales, para que no se pasen en silencio los actos virtuosos, y sea temida por los venideros la deshonra de los hechos y dichos infames. Mas aquellos tiempos fueron tan inficionados de una fea y vil adulación, que no sólo los más principales de la ciudad, á los cuales era necesario el sufrir la servidumbre por mantener su reputación, mas todos los consulares, gran parte de los que habían sido pretores, y muchos de los que entraban en el senado, sin estar escritos en los libros de los (1) La emperatriz á quien otras veces llama el autor Livia Nota del T. E.