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Cayo Cornelio Tácito.

»las que debe tener cuidado el príncipe, faltando el cual, »faltaría el apoyo de la república; para las demás la medi »cina se ha de aplicar interiormente al espíritu, procurando »mejorar nuestras costumbres generalmente todos; con»viene á saber, nosotros con una honesta vergüenza, los »pobres con su necesidad y los ricos con su empalago y »con su propia hartura. Con todo esto, si alguno, de cual»quier magistrado que sea, se promete tanta industria y »severidad que baste á remediar estos inconvenientes, le »alabaré, y desde ahora le confieso que me descargaría de »una parte de mis trabajos; mas si este mal se contenta »con llevarse la loa de acusar los vicios y libra en mis es»paldas todo el peso del odio y de la enemistad, creedme, »padres conscriptos, que tampoco yo gusto de hacerme mal»quisto: y si tal vez por servicio de la república lo parezco »cn cosas más graves, las más veces sin causa, no queráis, »os ruego, darme ocasión á que lo sea por las que son tan »leves, sin ningún fruto vuestro ni mío.» Vistas las cartas de César, quedaron los ediles fuera de aquel cuidado, y la suntuosidad y vicio de las comidas, después de haberse continuado con todo género de gastos excesivos espacio de cien años, es á saber, desde el fin de la guerra Actiaca hasta las armas que hicieron emperador á Sergio Galba, poco a poco se fueron desvaneciendo. Pláceme investigar la causa de esta mudanza. Antiguamente las familias nobles, ricas ó de señalado esplendor caian en disminución y se arruinaban por su sobrada magnificencia, porque hasta entonces fué lícito el ganar con dones la gracia del pueblo, de los aliados y de los reyes, y dejársela ganar por el mismo camino. Y cuanto uno era más rico y mostraba su casa con mayor adorno y aparato, tanto por séquito y por fama era tenido por más ilustre. Mas después que comenzó á derramarse sangre y que la grandeza del nombre llegó á ser ocasión de total ruina, cobraron nueva prudencia los demás, escarmentando en cabeza ajena.