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Los anales.—Libro III.

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165 de palabras, diciendo que si bien alababa su piedad y colo en castigar ásperamente cualquier pequeña injuria hecha al príncipe, con todo esto les rogaba que otra vez no se arrojasen con tan precipitadas penas por sólo palabras, loando á Lepido, sin reprender á Agripa. Fué por esta causa hecho un senatusconsulto, en que se ordenó que los decretos de los senadores no se llevasen al erario antes de diez días (1), prorrogándoseles á los condenados todo este espacio de vida. Mas ni le quedaba al senado lugar de arrepentirse, ni Tiberio se mitigaba por ninguna dilación.

Sigue el consulado de Cayo Sulpicio y D. Haterio. Fué este año quieto cuanto a las cosas extranjeras; mas en Roma no se pasó sin sospecha de alguna rigurosa reformación acerca de los excesos y suatuosas prodigalidades, que sin medida ni tasa habían llegado ya á todo el extremo que pueden el apetito y el dinero: y si bien con disimular los precios se ocultaban á las veces los gastos más graves, todavía los aparejos del vientre y de la lujuria, hechos en las casas de vicio y deshonestidad, divulgándose en las ordinarias conversaciones, daban sospecha de que el príncipe, acordándose de la antigua parsimonia, había de procurar reducir las cosas á su primer forma. Y comenzando Cayo Bibulo, siguieron los demás ediles diciendo: «que se menospreciaba la ley hecha sobre la tasa del gastar; que de cada día se iban aumentando los precios y compras de muebles y alhajas prohibidas, y que ya no eran bastantes á resistir los remedios ordinarios.» Sobre lo cual, pedidos los votos al senado, se remitió al príncipe todo el discurso de este negocio. Mas Tiberio, habiendo entre si considerado muchas veces si era posible reprimir á unos apetitos tan (1) Los senadosconsultos, que al principio eran depositados en el templo de Ceres, bajo la custodia de los ediles plebeyos, fueron llevados después al erario ó tesoro público, y no obligaban hasta después de haberse cumplido esta formalidad. Tito Livio, 111, 55, y XXXIX, 4.