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Cayo Cornelio Tácito.

oído, salvo Vitelia, que afirmaba no haber entendido cosa.

Pero dándose más crédito á los que probaban el mal, por consejo de Haterio Agripa, nombrado cónsul, se intimó al reo el último suplicio.

Contra el cual habló así Marco Lepido: «Si nosotros, pa»dres conscriptos, considerásemos solamente las infames »palabras con que Lutorio Prisco ha manchado su propio »pensamiento y las orejas de los oyentes, yo confieso que »ni la cároel, ni los cordeles, ni los tormentos con que so »suele castigar á los esclavos serfan bastantes para su cas»tigo. Mas si los delitos y las maldades son sin medida, la »mansedumbre del príncipe, el ejemplo de los mayores y el vuestro los suelen ir templando y moderando con las penas y con los remedios. Hágase diferencia entre las »acciones vanas y maliciosas, y entre los dichos y los »hechos: puede darse lugar aquí á una sentencia, por la »cual, ni en éste quede el delito impunido, ni en nosotros »arrepentimiento de sobrada clemencia ó demasiado rigor.

»He oído muchas veces á nuestro príncipe dolerse de quien, »con darse la muerte, ha querido prevenir á su misericor»dia. Concédase la vida á Lutorio de manera que no quede »absuelto con peligro de la república, ni muerto con mal »ejemplo. Sus estudios, así como se muestran llenos de lo»cura, asimismo son vanos y transitorios: ni se puede »temer cosa importante ó grave de quien por sí mismo va »descubriendo sus propios defectos, y procura congra»»ciarse no los ánimos varoniles, sino el aplauso de algunas »mujercillas. Destiérrese con todo eso de Roma, pierda su »hacienda, prohíbasele el agua y el fuego, que es lo mismo »que condenarle por delito de majestad.» No hubo entre todos los consulares quien se arrimase al parecer de Lepido, sino sólo Rubelio Blando: todos los demás siguieron el voto de Agripa, con que fué puesto en prisión Lutorio, allí luego hecho morir. Vituperó Tiberio este caso en el senado con sus acostumbrados rodeos