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Cayo Cornelio Tácito.

más ricos y abundantes en regalos, tanto son más cobardes y más viles. Veislos ahí; atadlos y seguid á los quehuyen. Levantando á estas razones un gran alarido, cierra la gente de acaballo por los costados y la infantería por la frente: hallaron poca resistencia los caballos: los hom—bres de hierro retardaron algún tanto la victoria, no pudiéndose penetrar aquellas láminas con los dardos ni con las espadas; mas los nuestros tomando segures y picos, como si quisieran romper una muralla, cortaban á un tiempo el hierro y los cuerpos: algunos con horcones y varales daban en tierra con aquellos edificios inútiles, los cuales tendidos y sin fuerza para poderse levantar, eran dejados como muertos. Sacroviro, retirándose primero á Autun y después, medroso de que aquella ciudad no se rindiese, con los de más confianza, á una aldea allí vecina, él de su propia mano, y les demás unos á otros dieron la muerte; quemóse la aldea ó caserío, abrasándolos finalmente á todos.

Entonces, y no antes, escribió Tiberio al senado el principio y el fin de aquella guerra, sin quitar ó añadir á la verdad, diciendo cómo los legados con la fe y con el valor, y él con el consejo habían quedado superiores. Añadió juntamente las causas por qué no habían ido él ni Druso á ella, exaltando la grandeza del imperio, y alegando que no convenía al decoro de los príncipes por la alteración de una ó dos ciudades dejar á Roma, desde donde se gobernaba todo.

Mas que ahora, que no se podía decir que le llevaba el temor, iría sin falta á ver aquello personalmente y á poner remedio á las cosas que le necesitasen. Decretó el senado votos, procesiones y otras solemnidades semejantes por su vuelta. Sólo Cornelio Dolabela, queriéndose aventajar á los demás, cayó en una despropositada adulación, proponiendo que de la provincia de Campania, donde estaba Tiberio, entrase en Roma con el triunfo de ovación. Mas él escribió otra carta diciendo: «que no se hallaba tan falto de