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Los anales.—Libro III.

rable. Mas Tiberio, tanto más compuesto de ánimo, se estaba seguro sin mudar de lugar ni de rostro, ejercitándose todos aquellos días en sus ordinarias ocupaciones, ó que fuese grandeza de ánimo, ó que supiese por más ciertas vías ser el mal menos peligroso de lo que se publicaba.

En tanto Silio, marchando con dos legiones, enviada delante una buena tropa de auxiliarios, destruye y tala las aldeas y burgajes de los Secuanes, que confinando con los Eduos, se habían coligado y armado con ellos. Va luego á gran diligencia sobre Augustoduno, compitiendo entre of los alféreces, y amenazando hasta los mínimos soldados deseosos de que, sin tomar el reposo acostumbrado, se marchase también la noche, bastando solamente para vencer el ver á los enemigos ó dejarse ver de ellos. Descubrióse Sacroviro en distancia de tres leguas campaña abierta. Había puesto en la frente aquellos sus hombres de hierro, en los cuernos las cohortes y en retaguardia los mal armados. El, entre los más principales en un hermoso caballo iba acordándoles las antiguas glorias de los Galos, y lo que habían dado en que entender á los Romanos; lo que les sería gloriosa la libertad si alcanzaban la victoria, y cuán intolerable, si perdían la batalla, el volver otra vez á la servidumbre.

No duró mucho esta plática, ni fué recibida con alegría por los que veían venirse acercando la ordenanza de las legiones, mientras ni ojos ni oído eran ya de algún servicio en aquel villanaje mal en orden y no acostumbrado á la guerra. Al contrario Silio, si bien la esperacza cierta de la victoria le quitaba la ocasión de exhortar á los suyos, gritaba con todo eso: «que debían avergonzarse si se acordaban que después de victoriosos de las Germanias eran conducidos contra los Galos, como contra formados enemigos, habiendo poco antes una sola cohorte deshecho á los Turonenses rebeldes, una ala ó banda de caballos á los Treveros, y ellos mismos á los Secuanos. Estos Eduos, cuanto