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Cayo Cornelio Tácito.

dioses, los cuales no oyen los ruegos de los suplicantes si no son justos, ni se concede el acudir por refugio al Capitolio y á los demás templos de Roma, para servirse de ellos los ruines como de escudo de sus maldades y atrevimientos: que las leyes debían de estar ya del todo aniquiladas y pervertidas, pues que Ania Rufilia, convencida por él y condenada de falsedad en juicio, osaba injuriarte y amenazarle en la plaza y á la puerta de palacio, sin atreVerse él á invocar el favor de la justicia, por estar asida á una estatua del emperador. Comenzando otros á contar semejantes cosas y aun más ofensivas se levantó un gran murmurio, rogando incesantemente á Druso que se dignase de hacer sobre ello un castigo ejemplar: el cual, llamada y convencida Rufilia, mandó que fuese llevada á la cárcel pública.

Fueron castigados después de esto Considio Equo y Celio Cursor, caballeros romanos, no menos con la autoridaddel príncipe que con decreto del senado, por haber puesto falsa acusación de majestad á Magio Ceciliano, pretor. Ambas cosas resultaron en gran loor de Druso; además de que con estarse en Roma y dejarse tratar y conversar familiarmente, hacía que se sintiese menos la condición retirada y escabrosa de su padre. Ni sus excesos y disoluciones se echaban á mala parte, diciendo «que era mejor gastar el día en espectáculos y la noche en banquetes, que estarse solo y sin poderse divertir con algún pasatiempo, de mil cuidados dañosos, pues esto bastaba que lo tuviesen á su cargo Tiberio y sus fiscales; en cuya prueba Ancario Priscoacusó á Cesio Cordo, procónsul de la isla de Creta, de dineros mal llevados, con la añadidura acostumbrada en aquellos tiempos á todas las acusaciones, es á saber, de majestad ofendida. Ni más ni menos Tiberio, viendo que Antistio Vetere, de los más principalos de Macedonia, había sido absuelto del delito de adulterio, reprendió ásperamente á los jueces, y le volvió á citar para que se defen-