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Cayo Cornelio Tácito.

muchas cosas antiguas, duras y enojosas se hallaban trocadas en otras mejores y más apacibles el día presente, en el cual no estaba Roma, como entonces, rodeada de guerras, ni con las provincias enemigas; que se conceden algunas cosas por la necesidad de las mujeres, que no son cargosas á sus propios maridos, cuanto y más á las provincias. Todo le demás es común entre los dos, y no trae consigo algún impedimento á la paz: que á la guerra no hay duda en que se debe ir sin embarazos, pero volviendo un hombre de los trabajos de ella, ¿cuál recreación más honesta puede concedérsele que su propia mujer? Que á la verdad han caído algunas en ambición y avaricia: mas sepamos, ¿cuántos y cuántos hombres constituídos en magistrados habemos visto sujetos á mil pasiones desordenadas? ¿Será bien dejarse de enviar por esto quien gobierne las provincias?

Concedamos que se han estragado muchos maridos por los defectos y vicios de sus mujeres: por ventura, ¿háse de inferir de aquí que todos los por casar serán enteros y justos gobernadores? Agradaron ya las leyes Oppias por pedirlo ast los tiempos de la república; mas no por eso se dejaron de moderar y mitigar después, cuándo y cómo pareció conveniente. En vano vamos procurando dar otros nombres á nuestra flojedad, si la culpa de que las mujeres excedan de sus límites la tienen sólo los maridos; por lo cual sería sin justicia privar á todos del consuelo y recíproca participación en las cosas prósperas y adversas, por la bajeza de ánimo de algunos, y no menor temeridad el dejar aquel sexo naturalmente débil y flaco en poder de sus excesos y de los deseos desordenados de los otros. Si apenas con la vigilante guardia del marido vemos que se conservan sin ofensión los matrimonios, ¿qué será si por discurso de años, casi como en forma de divorcio, las desamparamos y nos elvidamos de ellas? Remédiense, pues, los excesos que se cometen en otras partes de tal manera, que no nos olvidemos de los que se hacen en Roma.» Añadió Druso algunas