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Cayo Cornelio Tácito.

ría Cecina Severo, con decir que estas cosas se suelen consagrar por las victorias ganadas de los extraños, y que los males de casa deben cubrirse con la tristeza. Había añadido Mesalino que en honra de la venganza de Germánico se diesen gracias á Tiberio, á Augusta, á Antonia, á Agripina y á Druso, olvidándose el nombrar á Claudio; á cuya causa Lucio Asprenate, en pleno senado, preguntó á Mesalino si había sido voluntario aquel olvido; y entonces se añadió en el decreto el nombre de Claudio. Verdaderamente que cuanto más voy observando las cosas nuevas é investigando las antiguas, tanto más se me representa ante los ojos la locura y vanidad de los mortales en cualquier cosa que sea: no había hombre de quien tan poco se acordase la fama, á quien se estimase en menos, ni de quien se tuviesen menos esperanzas que éste á quien la fortuna escondidamente nos tenía guardado para príncipe.

Pocas días después el senado, con orden de Tiberio, dió la dignidad de sacerdotes á Vitelio, Veranio y Severo. Á Fulcinio prometió su favor siempre que se opusiese á los honores, advirtiéndole que procurase no precipitar su elocuencia con la sobrada violencia en el hablar. Este fué el fin que tuvo la venganza de la muerte de Germánico, de la cual se discurrió variamente no sólo entre los hombres de aquellos tiempos, sino también en los que siguieron después. Tan inciertas y dudosas son las cosas grandes: miéntras unos tienen por cierto todo lo que oyen, otros vuelven en contrario la verdad, y al fin se van aumentando con el tiempo ambas opiniones. Druso, saliendo de Roma por hacer su entrada con majestad y buen agüero (1), tornó luego á entrar en triunfo de ovación; y pocos días después murió (1) Como los generales romanos tenían que deponer el mando al entrar en Roma, era indispensable, para que Druso pudiese verificar su ovación, que saliese de la ciudad, á donde había ido para celebrar los funerales de su hermano, y que tomase de nuevo el mando y consultase los auspicios.