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Los anales.—Libro III.

na; pero alcanzaba más favor; y á esta causa se estaba en duda de lo que César emprendería contra ella. La cual, mientras Pisón tuvo algunas esperanzas, se ofrecía de acompañarle en cualquier fortuna, y si el caso lo pedía, hasta en la misma muerte. Mas en obteniendo ella perdón por secretos ruegos de Augusta, comenzó poco a poco á separarse del marido y á dividir las defensas: lo que tomado de Pisón por señal mortal, estando á esta causa en duda si gastaría tiempo en ayudarse, animado por sus hijos se resolvió en entrar de nuevo en el senado: donde hallando renovada la acusación, los senadores más alterados, y toda cosa contraria y cruel, nada le desanimó tanto como el ver á Tiberio sin piedad y sin ira, obstinado y cubierto, por no declarar sus afectos. Llevado otra vez á su casa á título de querer pensar nuevas defensas, escribió algunas cosas, y selladas, las dió á un liberto suyo. Atendió después al usado cuidado del cuerpo, y pasada buena parte de la noche, en saliendo su mujer del aposento, mandó cerrar las puertas, y al nacer del día fué hallado en tierra degollado y la espada cerca de él.

Acuérdome haber oído decir á los muy viejos que fué visto muchas veces en manos de Pisón un papel no divulgado por él; mas decían sus amigos que era de letra de Tiberio, y que contenía los mandatos contra Germánico: el cual estuvo resuelto de producirle en el senado y de argüir con él al príncipe: y lo hiciera, si con unas promesas no se lo disuadiera Seyano. Y que no se mató él mismo, sino que se envió quien le quitase la vida. No me atreveré á afirmar ninguna de estas cosas: mas no he querido callar la relación de aquellos que vivieron hasta nuestra juventud. César, mostrado en lo exterior disgusto de que con esa muerte se había pretendido hacerle aborrecible al senado, con continuas preguntas iba investigando de manera que Pisó había pasado aquel último día y aquella noche. Y habiéndole dicho sobre esto su hijo muchas cosas con prudencia