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Los anales.—Libro III.

biese sido quemado bien ó mal el cuerpo en tierras extraas, respecto al largo viaje, no era maravilla; mas tanto había de ser mayor la honra después, cuanto la suerte se to había negado antes. No salió su hermano más adelante de una jornada, ni su tío se dignó de salirle á encontrar siquiera basta la puerta. ¿Dónde están los antiguos institutos?

¿dónde la efigie sobre el túmulo? ¿dónde los versos en memoria de las virtudes del difunto, los loores, las lágrimas y las demás apariencias siquiera de tristeza?

Sabíalo todo Tiberio, y por tapar la boca al vulgo, le amonestó por un edicto, diciendo en sustancia: «que habían muerto muchos ilustres romanos en servicio de la república, y que ninguno había sido tan deseado universalmente: cosa señalada y de gran honra para él y para todos, con tal que no excediese los límites de la razón: porque no convienen aquellas mismas cosas á los príncipes y á un pueblo que manda, que á las casas y ciudades inferiores: que había estado en su lugar dar el debido sentimiento al reciente dolor, y no lo estaría menos el buscar algún alivio á tanta tristeza: que era ya tiempo de retirar el ánimo á su quietud y fortalecerle, como hizo el divo Julio perdida su hija única, y el divo Augusto arrebatados del mundo sus sobrinos, los cuales procuraron echar de sí todo desconsuelo: que no habia necesidad de valerse de ejemplos antiguos, ni acordarse de cuántas veces sufrió constantemente el pueblo romano las rotas de sus ejércitos, la muerte de sus capitanes y la extirpación de sus antiguas y nobles familias: que eran los príncipes mortales, mas la república eterna.

Por tanto, que volviesen á sus acostumbrados ejercicios, y acercándose ya el tiempo de los juegos Megalenses (1), tornasen á gozar de sus gustos y pasatiempos».

Rompidas con esto las vacaciones, se volvio á los negoó (1) Los juegos de la gran diosa. Celebrábanse en las nonas de Abril.