Página:Los Anales de Cayo Cornelio Tácito. Tomo I (1890).pdf/142

Esta página no ha sido corregida
124
Cayo Cornelio Tácito.

dar el asalto, poner escalas, pasar adelante los más atrevidos, y los otros arrimar las máquinas, arrojar dardos, piedras y hachas de fuego. Finalmente, vencida la pertinacia de Pisón, rogó que, entregadas las armas, se le concediese poder quedar en el castillo hasta que César declarase quién había de presidir en Siria. No admitidas las condiciones, se le dieron solamente navíos y viaje seguro para Italia.

Luego que se publicó en Roma la enfermedad de Germánico, y, como sucede en las cosas que vienen de lejos, aumentándose siempre en peor lo que traía la fama, se hinchó todo de dolor, de enojo y de lamentos. Decían aque no era maravilla si le pretendía él acabarle, haberle desterrado á tan lejos tierras; que para este efecto se había dado á Pisón el gobierno de Siria; que á esto se encaminaban los consejos secretos de Augusta con Plancina; que habían dicho bien, hablando de Druso, los viejos de su tiempo, esto es, que no agrada á los que reinan la naturaleza amable y apacible de sus hijos; y finalmente, que se habían buscado caminos para sacar del mundo al uno y al otro, sólo porque hubieran restituído la libertad al pueblo romano». Este común murmurio del vulgo, sabida con certidumbre la muerte, se encendió de manera que, antes del edicto de los magistrados, antes del decreto del senado, tomando todos de su autoridad las ferias y vacaciones, des amparan los negocios del foro, cierran las puertas de las casas; por todas partes silencio ó gemidos, no por ostentación ó cumplimiento, teniendo más altamente apasionado el ánimo de lo que se podía mostrar en lo exterior con lágrimas y luto. Sucedió que algunos mercaderes partidos de Siria, viviendo Germánico, trajeron buenas nuevas de su salud: créense al punto y al punto se divulgan: cualquiera que oiga alguna cosa, por leve que fuese, lo refería á los otros, y en boca de todos se iba aumentando la ocasión del común regocijo. Con esto corren por la ciudad y desquician las puertas de los templos. Ayudó á la credulidad la noche,