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X to, contribuyendo la misma escasez de noticias á que no empañe su nombre ninguna de esas sombras que obscurecen los de otros grandes escritores y políticos de la antigüedad. Nada hay en la vida de Tácito que contradiga á la alta idea que del hombre moral formamos por sus escritos.

Más sensible, y aun digna de ser eternamente llorada, es la pérdida de una gran parte de estas mismas obras, quizá mayor que la que ahora poseemos. Y eso que un descendiente suyo, el emperador Tácito, deseoso de evitar esta pérdida y de hacer más populares estos libros, que ya en aquel tiempo debían de haberse hecho raros y peregrinos por el empeño que todos los malhechores tienen en hacer desaparecer ó en desfigurar la historia contemporánea, mandó que anualniente se sacasen copias de ellos y que se conservasen en todas las bibliotecas. A pesar de tanta diligencia, de las obras de Tácito, que, al decir de San Jerónimo, escribió en treinta volúmenes la historia de los Césares, sólo quedan mutilados restos, á saber: los seis primeros de los Anales, que comprenden la época de Tiberio (no sin que falte la mayor parte del libro quinto), y muy incompletos los seis últimos, en que habla de Nerón. De Calígula y Claudio no hay nada. Tenemos, además, cuatro libros y parte de otro de las Historias, que comprenden la época turbulenta de Galba, Oton y Vitelio. Con estas reliquias, la vida de Agricola, el opúsculo De situ, moribus, po-