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Los anales.—Libro II.

uno y el otro en batalla con igual esperanza; no como acostumbraban en los Germanos, con corredurías á la larga ó con divididas escuadras, porque habiendo guerreado largamente con nosotros, ya estaban prácticos en seguir las banderas, ordenar los socorros y obedecer á los capitanes.

Arminio entonces, discurriendo por el campo á caballo, acordaba á todos «la recuperada libertad, las legiones deshechas, mostrando en manos de muchos los despojos y armas quitadas por fuerza á los Romanos. En contrario, llamaba á Maroboduo fugitivo, sin experiencia de guerra, defendido de las madrigueras y cuevas de la selva Hercinia, y que había poco antes con presentes y embajadas pedido la paz, traidor á su patria, corchete del César, digno de ser perseguido por ellos con el mismo aborrecimiento con que fué muerto Varo Quintilio. Pedfales, finalmente, que se acordasen de tantas batallas con cuyo suceso (habiéndose al fin echado de Germania los Romanos) estaba probado bastantemente quién habia llevado lo mejor»».

No se abstenía Maroboduo de engrandecer sus cosas y vituperar al enemigo. Y teniendo á loguiomaro por la mano, afirmaba «consistir en su persona sola el esplendor de los Queruscos, á cuyos consejos debían atribuirse todos sus prósperos sucesos: que Arminio era un hombre de poco juicio y menos experiencia, diestro en aplicarse la gloria de los otros por haber oprimido tres escasas legiones, y con fraude engañado al capitán poco advertido, con gran estrago de la Germania y particular ignominia suya, por tener todavía en servidumbre á su mujer y á su hijo.

Mas él, acometido de Tiberio con doce legiones, había conservado sin mancha la gloria del nombre germano, feneciendo la guerra con iguales y honestas condiciones, y que no se arrepentía de que estuviese aún en su elección el hacer la guerrá á los Romanos, ó gozar de la paz sin derramamiento de sangre». Animados con estas palabras los ejércitos, eran también incitados por sus causas propias, LOS ANALES.—LIBRO 11.