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Los anales.—Libro II.

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99 aquellas rentas se podía descargar el derecho de uno por ciento, como no bastaran á tanto, se redujo á medio por ciento. En el mismo tiempo, siendo muertos Antiocho, rey de Comagena, y Filopator, de Cilicia, estaban aquellas naciones inquietas, deseando unos ser gobernados por los Romanos y otros tener rey. Y las provincias de Siria y de Judea, cansadas de tantos pechos, pedían ser aliviadas de tributos.

De estas cosas y de las ya dichas de Armenia, discurriendo Tiberio en el senado, mostró «que los tumultos de Oriente no podrían quietarse sino por la prudencia de Germánico; porque yo, decía él, hallo que he entrado en la vejez y que Druso no ha salido aún de la juventud». Con esto, por decreto de los senadores se señalaron á Germánico todas las provincias ultramarinas, con mayor autoridad, por donde quiera que fuese, que no solían tener los que salían por suerte ó eran enviados del príncipe. Había quitado el gobierno de Siria Tiberio á Cretico Silano, pariente de Germánico por afinidad, á causa de tener prometida su hija Silano á Nerón, su primogénito, y puesto en él á Gneo Pisón, de espíritu levantado, violento, y que no sabía sufrir, heredero natural de la ferocidad de su padre, que favoreció gallardamente en la guerra civil las partes que volvían á renacer en África contra César. Después, habiendo seguido á Bruto y Casio, le fué permitido el volver á Roma, á donde se abstuvo siempre de pedir honores públicos, tanto, que hubo menester Augusto hacer diligencias para que aceptase el consulado; y á más de los espíritus paternos, era instigado de la nobleza y riquezas de Plancina su mujer; con que, cediendo apenas á Tiberio, despreciaba á sus hijos como á inferiores; ni á él dejaba de ser notorio que el haber sido puesto en aquel gobierno era por refrenar las esperanzas de Germánico. Creyeron algunos que tuvo secretas órdenes de Tiberio, y es cierto que Augusta con mujeril emulación advirtió á Plancina que persiguiese