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Los anales.—Libro XII.

caciones, y que turbaba la paz de Italia con la ruin disciplina en que tenía á las tropas de esclavos que poseía en Calabria. Y por estas causas fué condenada á muerte con repugnancia y contradicción grande de Narciso, el cual, Sospechoso cada día más de Agripina, era fama haberse dejado decir semejantes palabras entre sus amigos y familiares: «Que de cualquier manera tenía cierta su perdición y ruina, ora imperase Británico, ora Nerón; mas que había recibido tantas mercedes de César y reconocía tales obligaciones, que no quería aplicar el precio de su propia vida sino á sólo aquello que había de redundar en mayor servicio del mismo César: que á instancia suya habían sido acusados y convencidos Mesalina y Silio, sin que parase el daño en aquello; pues de nuevo se ofrecían las mismas causas de acusación, y á él el mismo peligro imperando Nerón. Si no, veamos por otra parte, decía él: ¿de qué príncipe puedo yo esperar agradecimiento si llega Británico á ser emperador?

Trastornarse ha toda la casa con asechanzas de la madrastra, y será mi mayor delito el no haber de callar la deshonestidad de Mesalina, como si ahora faltasen cosas de este género que acriminar en Agripina: pregúntenselo á su adúltero Palante, y verán cómo á trueque de reinar no hace caso de honra, de vergüenza, ni de su propio cuerpo.» Diciendo estas ó semejantes palabras muchas veces, abrazaba á Británico, rogando á los dioses que le dejase llegar á edad madura; y tendiendo las manos ora á él, ora á los mismos dioses, pedía á ellos que le diese presto fuerzas para extirpar los enemigos de su padre, y á él que, en teniéndolas, no dilatase más el tomar venganza de los matadores de su inadre.

En medio de tanta carga de cuidados enferma Claudio, y para cobrar fuerzas con la templanza de los aires y bondad de aquellas aguas salutíferas, se va á Sinuesa.

Agripina entonces, resuelta ya mucho antes á cometer su maldad, abraza la ocasión que se le ofrecía, y no ne-