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Cayo Cornelio Tácito.

hermano Tiridates, porque no quedase ninguno de su familia sin reinar. A la llegada de los Partos desampararon sin resistencia el reino los Iberos, rindiéndose las principales ciudades de Armenia, es á saber, Artajata y Tigranocerta.

Después de esto, el rigor del invierno, la poca provisión de vituallas, y por ocasión de ambas cosas, la peste que sobrevino en el ejército, forzaron á Vologeso á dejar la empresa comenzada. Con esta ocasión entra de nuevo Radamisto en Armenia, por hallarla vacía de defensores; gobernándose con mayor crueldad y rigor que antes, como contra gente que le había desamparado y que en cualquier ocasión haría lo mismo.

Mas ellos, aunque habituados á la servidumbre, perdida del todo la paciencia, rodean con tanto ímpetu el palacio real, que no le dejaron otro refugio que la ligereza de sus caballos, con que sacó de peligro á sí y á su mujer. Ella, hallándose preñada, sufrió como pudo la primera huida, necesitada del temor y obligada del gran amor que tenía á su marido. Mas cuando por el continuo y acelerado movimiento sintió que se le abría el vientre y desencajaban las entrañas, inhábil para sufrir más trabajo, ruega á su marido que con una honesta muerte la libre de las afrentas del cautiverio. El, abrazándola al principio, la anima y la exhorta á tener paciencia, maravillado algunas veces de su gran valor, y otras movido del temor de que, si la dejaba, no la gozase otro. Finalmente, vencido de la violencia del amor y probado en todo ejemplo de maldades, empuñando el alfanje y dándole con él una gran herida, la lleva á la ribera del río Araxes y la arroja en él, para que ni aun el cuerpo quedase en poder del enemigo. El, con mayor prisa entonces, llega finalmente á Iberia, reino de su padre. En tanto Zenobia (así se llamaba esta mujer) llevada primero del río y arrojada á la orilla por una creciente sosegada y mansa, echándola de ver ciertos pastores y viendo que todavía respiraba y daba muestras de estar viva, juzgándola por