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Los anales.—Libro XII.

un famoso espectáculo, puestas en armas las cohortes pretorias en la plaza que está delante los alojamientos, comparecieron primero los criados y allegados del rey, los aderezos y jaeces de sus caballos, las cadenas y collares de oro, y otras cosas de este género, ganadas por él en las guerras extranjeras; seguían sus hermanos, su mujer y su hija, y finalmente fué mostrado él mismo. Los ruegos de todos los otros no correspondieron á la nobleza de sus linajes; tanto fué lo que se mostraron temerosos. Mas Caractaco, no dando ni en el rostro ni en las palabras señal alguna de pedir misericordia, llegando junto al tribunal donde estaba César, habló de esta suerte: «Si como no me ha faltado nobleza y buena fortuna, hu»biera yo tenido discreción para saberme moderar en las »prosperidades, fuera posible haber venido á esta ciudad »antes amigo que prisionero. Ni te hubieras desdeñado, oh »César, de recibir con estas condiciones de paz á un hom»bre de ilustres y claros antepasados, y que mandaba á tantas naciones. Mi presente calamidad, cuanto es más »miserable para mí, tanto es para ti gloriosa y magnifica.

»Tuve caballos, vasallos, armas y riquezas; ¿qué maravilla »si lo he perdido todo á pesar mío? ¿Por ventura sólo por»que queréis mandar á todos se sigue que todos han de ad»mitir voluntariamente la servidumbre? Si yo me hubiera »rendido y entregado desde el principio, ni mi fortuna ni tu »reputación campearan tanto. A mi muerte seguirá luego »el olvido; mas si me concedes la vida, quedaré por eterno »ejemplo de tu clemencia.» Dichas estas palabras por Caractaco, César le perdonó á él, á su mujer y á sus hermanos; los cuales, sueltos de las cadenas, fueron todos á dar las gracias á Agripina que estaba en otro tribunal aparente y alto, no lejos del de César, usando de los mismos loores y agradecimientos que habían usado con su marido. Cosa verdaderamente nueva y repugnante á la costumbre de los antiguos el ver á una mujer sentada entre los estandartes y