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Los anales.—Libro XII.

señalada, capaz para tener hijos y de inculpable vida: que no era necesario hacer larga pesquisa para mostrar que Agripina excedía á todas las demás en claridad de sangre: que había hecho prueba de su fecundidad, y juntamente se hallaban en ella todas las partes que se podían desear en una mujer honesta: que era cosa digna de gran ponderación el hallarse, por la providencia de los dioses, viuda (1), para que pudiese casar con ella un príncipe que no había admitido jamás otro amor que el de su propia mujer: que habían ofdo decir á sus padres, y aun vístolo ellos mismos, que algunos de los Césares, por sólo su gusto, tomaban las mujeres á sus propios maridos; cosa bien apartada de la modestia presente, la cual para lo venidero podría servir de ejemplo de la forma en que debían tomar mujer los emperadores. Farecernos ha por ventura novedad el casarnos con las hijas de nuestros hermanos; sin embargo, cosa muy usada entre otras naciones y no prohibida por ley alguna. También los casamientos entre primos hermanos, no usados antiguamente, se han ido frecuentando con el tiempo, acomodándose la costumbre á la necesidad, y lo que ahora parece nuevo será también de las cosas que vendrán á ser imitadas con el tiempo.» No faltaron algunos que á porfia unos de otros salieron con gran furia del senado, sustentando que cuando César pusiese largas al matrimonio, convenía forzarle á que le hiciese. Juntóseles con esto una gran multitud de gente de toda broza, gritando á una voz: «que el pueblo romano quería lo mismo.» Y Claudio, sin esperar otra cosa, sale á la plaza, dejándose encontrar de los que iban viniendo á regocijarse con él y á darle la enhorabuena. Entrado tras esto en el senado, pide que se haga un decreto en que se (1) Agripina lo era en efecto á la sazón del orador Crispino Pasieno, con el cual se había casado después de la muerte de Cn. Domicio, padre de Nerón, y á quien, según se cree, envenenó para gozar más pronto de los bienes que en su testamento le legaba.