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Los anales.—Libro XI.

les hablase, gastó pocas palabras: porque cuanto más justo era el dolor, tanto más le tapaba la boca el haber de pronunciar su propia vergüenza. Entonces se levantó una común y continuada voz de los soldados, pidiendo los nombres de los delincuentes y su castigo. Y el mismo Silio, que había sido traido al tribunal, no tentó el pedir defensa ó dilación alguna, antes rogó que se le apresurase la muerte: dando con esto ejemplo á los demas ilustres caballeros romanos para desear morir con la misma presteza. Ticio Próculo, á quien Silo había encargado ia guardia de Mesalina; Vectio Valente, que se ofrecia a dar bastante prueba de los cómplices en el delito, después de haberse conft sado él por uno de ellos; Pompeyo Urbico y Saufeyo Trogo fueron llevados á ajusticiar como participes del caso. Decio Calpurniano, tamb én capitán de las guardias que se hacian de noche; Sulpicio Rufo, procurador de los juegos públicos, y Junio Virgiliano, senador, fueron castigados con la misma pena.

Sólo Muester alcanzó alguna dilació; porque, rasgadas las vestiduras, daba voces que mirase las señales de los azotes, y que se acordase de las palabras con que le habia mandado que obedeciese a los mandamientos de Mesalina: que los otros se habían dejado inducir al mal con esperanzas ó con dádivas, mas él por fuerza y necesidad, co habiendo alguno en tan conocido peligro de morir como é', si imperaba Silio.» Conmovido César con estas razones, y viéndole los libertos ya inclinado á la misericordia, le forzaron con decire: «que no era bien perdonar á un representante después de haber condenado á tantos varoncs ilustres, y que en tan grave culpa importaba poco haber entrado voluntariamente ó por fuerza. Tampoco se admitió la disculpa de Traulo Montano, caballero romano. Era éste un mozo de gran modestia y de hermosísimo aspecto; el cual, sin solicitarlo él, fué en una sola noche llamado y después de ella desechado de Mesalina, con igual inconti-