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Cayo Cornelio Tácito.

destierro, venga á conseguir el fin de su ambición maligna. Si no le parecen á él decretos ya los que el senado determina, ni los magistrados magistrados, ni Roma Roma, apártese de ella y vaya á vivir fuera de una ciudad de cuyo amor despojado primero, quiere ahora también privarse de su vista.»» Mientras Marcelo, con estas y semejantes invectivas, ceñudo y amenazador, se iba más y más inflamando en la voz, en el rostro y en los ojos, no mostraba el senado exteriormente la tristeza acostumbrada por la continuación de los peligros; antes entrando en los ánimos de todos otro más nuevo y más profundo espanto, miraban las manos y las armas de los soldados, y juntamente tras esto se les representaba ante los ojos el venerable aspecto del mismo Trasea; y había muchos que se compadecían también de Helvidio, figurándoseles que había de pagar la pena de la inocente afinidad. «¿Qué otra cosa, decían, se le imputó á Agripino que la mala fortuna de su padre, el cual, con tan poca culpa como ahora el hijo, murió también á manos de la crueldad de Tiberio? Y verdaderamente, Montano, varón de honesta y loable juventud, había sido desterrado, no por haber infamado á nadie con sus versos, sino porque se atrevió á mostrar su ingenio y agudeza.» Entretanto Ostorio Sabino, acusador de Sorano, comenzó por la amistad que Sorano había tenido con Rubelio Plauto, y prosiguió diciendo: «que cuando fué procónsul de Asia, no había puesto la mira tanto al provecho público como al aumento de su reputación, y que á este fin alimentó las discordias y alborotos de la ciudad.» Estas eran las cosas viejas; mas de nuevo, para causar mayor peligro al padre, comenzó á acusar á su hija culpándola de que había repartido mucho dinero entre mágicos. No hay duda en que esto fué así, y que lo causó el excesivo amor que Servilia, este era el nombre de la moza, tenía á su padre, y no menos, el haberse dejado llevar de la inconsideración y poca pruden-