Página:Los Anales de Cayo Cornelio Tácito. Tomo II (1891).pdf/263

Esta página no ha sido corregida
257
Los anales.—Libro XVI.

el agua. Al liberto y al acusador, en premio de esta buena obra, se concedió lugar en el teatro entre los maceros de los tribuncs. Al mes de Mayo, que sigue al de Abril, llamado también Neronio, se le puso el nombre de Claudio, y á Julio el de Germánico; afirmando Cornelio Orfito, que lo votó, que acordadamente se había dejado á Junio, perque el haber sido muertos en aquel mes por sus maldades dos Torcuatos, hacía infausto y desdichado el nombre Junio.

A este mismo año, señalado con tan notables maldades, señalaron también los dioses con tempestades y pestilencia, quedando destruída la provincia de Campania con grandes torbellinos y vientos que echaron por tierra las casas, arrancaron los árboles y destruyeron los frutos, hierbas y plantas de la tierra. La violencia de la tempestad llegó hasta los contornos de Roma, en la cual, sin que se echase de ver señal alguna de destemplanza de aire, arrebataba la furia de la pestilencia á toda suerte de gente, hinchiendo las casas de cuerpos muertos y las calles de mortuorios.

No había sexe ni edad exento ni seguro de este peligro.

Con la misma prisa morían los libres y los esclavos. Entre los llantos y lamentos de las mujeres y de los hijos sucedía topar la muerte con los que parecían más sanos, y arrebatándolos, dar con ellos en las hogueras que habían ellos mismos aparejado para sus difuntos. La muerte de los caballeros y senadores, aunque tan descortés y arrebatada con ellos como con el infimo vulgo, no era tan digna de llanto, pues con un fin común y natural prevenían á la crueldad del príncipe. En aquel año se hicieron nuevas levas de soldados en la Galia Narbonense, en Africa y en Asia para rehacer las legiones del Ilirico, de las cuales se habían despedido muchos con licencia por viejos y enfermos. El daño que á esta causa padecieron los Leoneses mandó satisf príncipe, dándoles cien mil ducados (cuatro millones de sestercios) para restaurar lo que había perdido aquella ciudad, la cual en las turbulencias pasadas de la

Tomo II.
17