Página:Los Anales de Cayo Cornelio Tácito. Tomo II (1891).pdf/26

Esta página no ha sido corregida
20
Cayo Cornelio Tácito.

pe mostró luego que lo entendía de otra suerte, y mandado juntar otra vez al senado, comenzó así: «Mis antepasados (1) »(de los cuales el primer Claudio, de origen sabino, lué »hecho juntamente ciudadano y patricio romano) me ex»hortan á tratar las cosas de la república con los mismos »consejos que ellos, transfiriendo aqui todo lo que se halla »ser bueno y provechoso en otra parte. Porque no ignoro »que los Julios fueron llamados de Alba, los Coruncanios de »Camerio, los Porcios de Túsculo, y por no escudriñar las »cosas más antiguas, de Toscana y de Lucauia, y de todas »las partes de Italia se fué llamando gente para entrar en »»el senado. Finalmente, se extendió la ciudad hasta los Al»pes, tal, que no sólo los particulares, mas las tierras y »naciones enteras se iban acrecentando debajo de nuestro »nombre. Entonces tuvimos quieta y segura paz en casa y »florecimos en daño de los extranjeros, cuando, recibidos »como ciudadanos á los de allá del Po, y juntando á ests »cuerpo las fuerzas de las provincias, como si fueran innu»merables legiones esparcidas por el mundo, pudimos sub»venir y ayudar al imperio, ya debilitaco. ¿Arrepentimones »por ventura de tener acá los Balbos de España, y tantos »hombres ilustres de la Galia Narbonense? Viven todavía »sus descendientes, sin reconocernos ventaja en el amor de »esta patria. ¿De qué tuvo origen la ruina de los Lacedemu»uios y Atenienses, puesto que fueron grandes en las ar»mas, sino de haber tratado como á extranjeros á todos los »pueblos que sojuzgaban? No lo hizo así nuestro fundador »Rómulo, el cual con singular prudencia supo tener á mu(1) Este discurso de Claudio existe casi entero grabado en unas tablas de bronce que fueron descubiertas en Lión, donde se conservan, en 1528. Al comparar este monumento histórico con el texto de Tácito, se ve una grande analogia entre uno y otro, en lo cual, si no una prueba, se reconoce un indicio de que cuando nuestro historiador hace hablar á sus personajes, á la vez que les presta su estilo y elocuencia, procura ser fiel á la verdad histórica.