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Cayo Cornelio Tácito.

mento, y negándoselo el centurión, vuelto á sus amigos les dice: «que pues se le impedía el reconocer y gratificar sus merecimientos, les dejaba una sola recompensa, aunque la mejor y más noble que les podía dar, que era el espejo y ejemplo de su vida; del cual, si tenían memoria, sacarían una honrada reputación y el loor de haber conservado y sabídose aprovechar del fruto de tan constante amistad. Y juntamente, ya con amorosas palabras, ya con severidad á manera de corrección, les hacía dejar el llanto y los procuraba reducir á su primer firmeza de ánimo, preguntándoles: que, ¿dónde estaban los preceptos de la sabiduría; dónde la disposición preparada con el discurso de tantos años para oponerse á cualquier accidente y eminente peligro? Porque á todos era notoria la crueldad de Nerón, á quien no quedaba ya otra maldad por hacer, después de haber muerto á su madre y hermano, sino el quitar la vida á su ayo y maestro.» Después de haber dicho en general estas y semejantes cosas, abraza á su mujer, y habiéndole mitigado algún tanto la fuerza del temor presente, la exhorta y la ruega que trate de templar y no de eternizar su dolor, procurando con la contemplación de su vida pasada virtuosamente, tomar algun honesto consuelo y en su manera olvidar la memoria de su marido. Ella en contrario, afirmando que también tenía hecha resolución de morir entonces, pide con gran instancia la mano del matador. Con esto, Séneca, no queriendo impedirle su gloria, y juntamente amándola: con ternura, por no dejar á tan caras prendas en poder de tantas injurias y tan crueles destrozos, le dijo: «Yo te había mostrado los consuelos que había menester para entretener la vida; mas veo que tú escoges la gloria de la muerte. No pienso mostrar que te tengo envidia al ejemplo que has de dar de tí, ni estorbarte esta honra. Sea igual entre nosotros dos la constancia de nuestro generoso fin: aunque es cierto que el tuyo resplandecerá con mayor excelencia.» Después