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Los anales.—Libro XV.

verdad que hubiese pasado aquel coloquio entre él y Natal.

Había casualmente Séneca (otros dicen que de industria) vuelto aquel día de Campania, y alojádose en una quinta suya, una legua de la ciudad, donde cerca de la noche llegó el tribuno; y después de haber hecho cercar la quinta de escuadras de soldados, hallando á Séneca cenando con Pompea Paulina, su mujer, y dos amigos, le notificó las comisiones que llevaba del emperador.

Respondió Séneca: «Que era verdad que había venido á 61 Natal de parte de Pisón, quejándose de que queriendo visitarle se le había negado la entrada: que á esto se había excusado con su enfermedad y con el deseo que tenía de quietud; y que en lo demás nunca había tenido causa para anteponer á su propia salud la de un hombre particular; ni él de su naturaleza era inclinado á lisonjas, como mejor que otro alguno lo sabía el mismo Nerón; el cual había hecho más veces experiencia de la libertad de Séneca, que de su servil adulación.» Referida por el tribuno esta respuesta al príncipe en presencia de Popea y de Tigelino, que era el consejo secreto con quien resolvía el modo de ejercitar su crueldad, le preguntó si Séneca se preparaba para tomar una muerte voluntaria, y afirmando el tribuno que no había conocido en él señal alguna de temor ni de tristeza en palabras ni en rostro, se le manda que vuelva y que le notifique la muerte. Escribe Fabio Rustico, que no volviendo el tribuno por el mismo camino por donde había venido, torció por casa del prefecto Fenio, y que dándole cuenta de la orden que llevaba de César y preguntándule si la obedecería, con vileza y cobardía fatal de todos, le respondió que la obedeciese: porque también Silvano era de los conjurados, aunque ahora acrecentaba aquellas maldades, en cuya venganza había consentido como los demás. Con todo eso no quiso ver ni hablar á Séneca; antes envió en su lugar á un centurión que le notificase la última necesidad.

Séneca, sin temor alguno, pidió recado para hacer testa-