Página:Los Anales de Cayo Cornelio Tácito. Tomo II (1891).pdf/241

Esta página no ha sido corregida
235
Los anales.—Libro XV.

tras estaban oyendo á Melico y mientras Cevino estaba suspenso entre el negar y el confesar, exhortaban á Pisón «que se fuese á los alojamientos pretorianos, ó á la plaza llamada de los Rostros, y en una parte ó en otra con alguna oración procurase ganar el favor de los soldados ó del pueblo; porque si se juntaban todos los conjurados y sus cómplices en ayuda de sus intentos, era cierto que les seguirían también otros muchos, aunque ignorantes del caso, por la fama grande que trafa consigo este movimiento, cosa que suele valer mucho en los consejos nuevos y arrebatados. Alegaban que no había hecho Nerón contra esto prevención alguna; y que si hasta los ánimos valerosos suelen perderse en los accidentes repentinos, ¿cuánto mejor se podría esperar de aquel farsante, acompañado de Tigelino y de sus mancebas, y más si les había de ser necesario empuñar las armas? Que muchas cosas que parecen imposibles á los cobardes, suelen hallarlas muy fáciles los valerosos con sólo resolverse en intentarlas: que era disparate pensar que podía conservarse el silencio y la fe entre tanto número de conjurados, y que al fin se vencería todo con tormentos ó con premios: que se desengañase que habría también para él prisión, tormentos y una muerte infame y vergonzosa. ¿Con cuánta mayor alabanza, decían, acabaréis la vida mientras abrazáis la república y pedís socorro para restituirle su libertad, y mientras, aunque os falten los soldados y os desampare el pueblo, ve el mundo que no os desampara el ánimo y el valor que heredasteis de vuestros antecesores, y que á lodo mal librar habéis sabido escoger una honesta y honrada muerte?» No haciendo algún movimiento con todas estas razones Pisón, y habiéndose dejado ver algún tanto en público, se retiró después solo á su casa, adonde atendió á fortalecer el ánimo para sufrir la muerte, hasta que llegó una tropa de soldados poco antes recibidos á sueldo, á quien escogió Nerón, por no fiarse de los viejos, como gente que podía estar sobornada. Mu-