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Cayo Cornelio Tácito.

mujer libertina, puesta en tanto aprieto por defender á personas extrañas para ella y por ventura no conocidas, cuanto los hombres libres, caballeros romanes y senadores, tocados apenas de los tormentos, descubrían y acusaban á sus más caras prendas, esto es, á sus mayores amigos y cercanos parientes. Porque Lucano, Quinciano y Seneción no cesaban de ir nombrando poco a poco todos á los cómplices del trato, amedrentándose por momentos más y más Nerón, aunque, reforzadas las guardias de su persona, se hubiese hecho rodear por todas partes de soldados, mandando ocupar con diferentes cuerpos de guardia los muros de la ciudad, riberas del río y costa marítima y puesto como en prisión á Roma.

Corrian por las plazas, por las calles, quintas y aldeas comarcanas gran número de infantes y caballos, mezclados con los germanos de la guardia, en quien se fiaba más el príncipe, como en gente extranjera; resultando de aqui el traerse continuamente tropas y recuas de presos, siguiéndose unos á otros hasta llegar á las puertas de los huertos, donde se veían infinitos tendidos por aquellos suelos. Y admitidos á ser interrogados, el haberse casualmente hablado con alguno de los del trato, encontrádose de improviso, comido ó estado en su compañía en fiesta ó regocijo público, era todo calificado por delito. Y á más de las terribles y crueles preguntas que hacían á los reos Nerón y Tigelino, los apretaba también con gran violencia Fenio Rufo, no habiendo sido nombrado aún por los que declaraban la conjuración; y deseando acreditarse por ignorante del caso, no cesaba de mostrarse riguroso contra sus compañeros. Y el mismo Fenio detuvo á Subrio Flavio, que éstaba allí presente y le hacía señas si entretanto que se ventilaba la causa echaría mano á la espada y acabaría con Nerón, interrumpiéndole y refrenando aquel ímpetu cuando ya Subrio tenía la diestra sobre la empuñadura.

Algunos, después de descubierta la conjuración, mien-