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Los anales.—Libro XV.

entrando Nerón en vehemente sospecha, mandó que los pusiesen en hierros y poco después á cuestión de tormento, á cuya primera vista y amenazas confesaron sin dificultad el delito. Fué con todo eso Natal el primero, como más bien informado de toda la conjuración y que como tal podía argüir mejor á los conjurados; y comenzó de Pisón, nombrando después á Aneo Séneca, ó que él hubiese servido de tercero entre Pisón y Séneca, ó por granjear la gracia del príncipe, el cual, aborreciendo á Séneca, buscaba todos los medios que podía para acabar con él. Cevinc entonces, sabida la confesión de Natal, con la misma flaqueza de ánimo, ó entendiendo por ventura que todo estaba descubierto y que no le podía ser ya de algún provecho el callar, descubrió á todos los otros; de los cuales, Lucano, Quinciano y Seneción al principio estuvieron firmes; pero dejándose vencer después con las promesas del perdón, por excusarse de lo que habían tardado en confesar, nombraron Lucano á su madre Atila, Quinciano á Glicio Galo, y Seneción á Annio Polión, sus mayores amigos.

Entretanto Nerón, acordándose que por la denunciación que hizo Volusio Proculo estaba todavía presa Epicaris, persuadiéndose á que, como mujer, no sufriría el dolor de los tormentos, mandó que la hiciesen pedazos en ellos: mas ni los cruelísimos azotes, ni el fuego, ni la rabia de los que, por no verse burlados de una mujer, la atormentaban con mayor fiereza, fueron parte para que ella dejase siempre de negar lo que se le imputaba. Con este menosprecio pasó Epicaris la tortura del primer día. Venido el siguiente y trayéndola á los tormentos en una silla (porque teniendo hechos pedazos todos los miembros no podía tenerse de pie), quitándose la faja con que traía ceñido el pecho, haciendo un lazo de ella y atándola á uno de los arcos de la silla, puso el cuello dentro del lazo, y haciendo fuerza con todo el peso del cuerpo, acabó de arrancar el poco espíritu que le quedaba; con ejemplo tanto más ilustre de una