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Los anales.—Libro XI.

que me avergüenzo de decir verdad. En llegando á edad juvenil, siguió en Africa al cuestor á quien tocó aquella provincia; y haliándose en Adrumeto al mediodía, paseándose pensativo debajo de unos soportales, se le apareció una sombra en figura de mujer mayor que humana, de quien ofa esta voz: «Tú eres Rufo, aquel que vendrá á ser procónsul en esta provincia.» Con este agüero, hinchiendosele el corazón de grandes esperanzas, se volvió á Roma, donde con la liberalidad de sus amigos y con su ingenio levantado alcanzó el oficio de cuestor; y después de esto, entre muchos nobles competidores, por voto del príncipe, la pretura; cubriendo Tiberio la bajeza de su nacimiento con estas mismas palabras: «A mi me parece que Curcio Rufo es hijo de sí mismo.» Con esto y con vivir después muchos años siempre maligno adulador con los mayores, arrogante con los inferiores y con los iguales insufriblé, alcanzó el imperio consular, las insignias triunfales y á lo ú'timo el gobierno de Africa, donde, muriendo, cumplió el pronóstico fatal.

ó En Roma entretanto, sin causa descubierta entonces ni sabida después, entre el concurso de los que saludaban al príncipe fué hallado con armas ofensivas Gueo Nonio, insigne caballero romano, el cual, habiendo confesado de si, aunque después le despedazaron á tormentos, no fué posible bacerle revelar los cómplices, ó que no los tuviese, ó porque no le fa'tó valor para encubrirlos. En este mismo consulado se decrets, á proposición de Publio Dolabela, que la fiesta de gladiatores se hiciese cada año á costa de los que llegasen al grado de cuestores. En el tiempo antiguo servía este cargo de recompensa de la virtud, y entonces podían todos los ciudadanos, confiados en su bondad y méritos, pedir cargos y magistrados, sin ninguna distinción de edad, pudiendo obtener hasta en la primera juventud los consulados y las dictaduras. Mas los cuestores se ordenaron desde que los reyes mandaban á Roma, como lo

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