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Cayo Cornelio Tácito.

á la nueva ciudad; aunque creyeron muchos que la forma antigua era más sana, respecto á que la estructura de las calles y altura de los tejados servía de defensa contra los rayos del sol: donde ahora, al ser las calles tan anchas y descubiertas, y á esta causa privadas de sombra, ocasiona más ardientes calores.

Hechas estas diligencias humanas, se acudió á las divinas con deseo de aplacar la ira de los dioses y purgarse del pecado que había sido causa de tan gran desdicha. Viéronse sobre esto los libros Sibilinos, por cuyo consejo se hicieron procesiones á Vulcano, á Ceres y á Proserpina, y las matronas aplacaron con sacrificios á Juno, primero en el Capitolio y después en el mar cercano á la ciudad, y sacando de él agua, rociaron el templo y el simulacro de la diosa: las mujeres casadas, tendidas por devoción en el suelo del templo, velaron toda la noche. Mas ni con socorros humanos, donativos y liberalidades del principe, ni con las diligencias que se hacían para aplacar la ira de los dioses era posible borrar la infamia de la opinión que se tenía de que el incendio había sido voluntario. Y así, Nerón, para divertir esta voz y descargarse, dió por culpados de él, y comenzó a castigar con exquisitos géneros de tormentos á unos hombres aborrecidos del vulge por sus excesos, llamados comunmente cristianos. El autor de este nombre fué Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido justiciado pororden de Poncio Pilato, procurador de la Judea: y aunque por entonces se reprimió algún tanto aquella perniciosa superstición, tornaba otra vez á reverdecer, no solamente en Judea, origen de este mal, pero también en Roma, donde llegan y se celebran todas las cosas atroces y vergonzosas que hay en las demás partes. Fueron, pues, castigados al principio los que profesaban públicamente esta religión, y después, por indicios de aquéllos, una multitud infinita, no tanto por el delito del incendio que se les imputaba, como por haberles convencido de general aborrecimiento