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Cayo Cornelio Tácito.

donde se hacía cuenta de pasar el Eufrates. Tomada allí la muestra y purificado el ejército conforme á los ritos de la patria, le llamó á parlamento; en el cual, habiendo con mueha gravedad (que en aquel hombre militar servía de elocuencia) engrandecido de los principios de su generalato las cosas hechas por él, sin tocar en el mal gobierno de Peto, comenzó á marchar por el mismo camino que antiguamente había llevado Lucio Lúculo, haciendo abrir lo que había vuelto á cerrar el discurso del tiempo. No rehusó entretanto de oir á los embajadores de Tiridates y Vologe80, que habían venido á tratar la paz; y envió con ellos después algunos centuriones con comisiones harto moderadas: «que aun no estaban las cosas en tal término que fuese necesario llegar á la última prueba de las armas: que habían tenido los Romanos muchos sucesos prósperos, y a'gunos los Partos; documento provechosísimo para no ensoberbecerse: que le convenía por esto á Tiridates recibir el reino antes de verle destruído y arruinado con las guerras; y que Vologeso haría más por la nación de los Partos con la amistad romana, que con los daños que forzosamente habría de haber de una parte y otra: que sabía muy bien el mismo Vologeso cuántas y cuáles eran las discordias intestínas que había en su reino, y cuán indómitas y feroces eran las naciones que señoreaba; donde, en contrario, gozaba su emperador de una segura y universal paz, sin tener otra guerra que aquélla.» Á estos consejos añadió al mismo tiempo el terror de las armas, asaltando á los pueblos armenios llamados Megistanos, que fueron los primeros que se nos rebelaron, echándoles de la tierra, derribando sus castillos y amedrentando igualmente á los llanos y á los montes, á los valerosos y á los viles.

No escuchaban con disgusto aquellos bárbaros el nombre de Corbulón, ni les era odioso como de enemigo; antes tenían á sus consejos por sanos y por fieles. Y así, Vologeso, sin mostrarse obstinado en el punto principal, pide tre-