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Cayo Cornelio Tácito.

»Antiguamente no sólo se enviaba á las provincias pre»tor ó cónsul, pero también gente ordinaria que las visitase y refiriese después en el senado con particularidad la obediencia y fidelidad de cada uno; temblando las nacio»nes y los pueblos del juicio y relación que hacía de ellos »un solo particular. Mas ahora somos nosotros los que hon»ramos y lisonjeamos á los extranjeros. Y así como á ins»tancias de algunos se dan las gracias en el senado por el »buen gobierno, así también y con mayor prontitud se fra»guan las acusaciones. Decrétese que de aquí adelante no »puedan por este camino los provinciales hacer ostentación »de su poder, y reprímase la falsa y mendigada aprobación, »como se reprimen la malicia y la crueldad. Más pecados »se hacen mientras procuramos complacencias, que mien»tras determinadamente nos arrojamos á ofender. Antes »por esto suelen ser aborrecidas algunas virtudes, como »son una severidad obstinada y un ánimo invencible contra »los favores. De aquí viene que los principios de nuestros »gobiernos son por la mayor parte mejor que sus fines; en »los cuales vamos como pretendientes y opositores, men»digando sufragios y granjeando votos: que si esto se qui»tase, no hay duda en que se gobernarían las provincias »»con más equidad y con mayor entereza y constancia. Por»que así como con el temor de la ley de residencia se ha »»refrenado mucho el delito de la avaricia, así, ni más ni »menos, se refrenaría el de la ambición si se quitase el uso »del dar gracias.

206 Fué loado con general aplauso este parecer; mas no se pudo hacer el decreto, oponiéndose los cónsules con decir que no se había hecho proposición sobre aquel punto. Pero no pasó mucho tiempo que por orden del príncipe determinaron que nadie propusiese en los consejos provinciales el dar gracias al sen: por el buen gobierno de los vicepretores ó procónsules, y que ninguno se atreviese á venir con semejantes embajadas. En este mismo consulado cayó