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Los anales.—Libro XI.

del saco y de la presa, á las antiguas costumbres, prohibiendo que ninguno se apartarse de la ordenanza ni trabase escaramuza sin orden; que las guardias, las centinelas y los demás oficios militares, tanto de noche como de día, se hiciesen siempre con las armas á cuestas. Dicen que hizo morir á dos soldados, uno porque trabajaba sin espada en las trincheras, y otro porque cavaba en el foso sin más armas que sólo la daga; que á la verdad fué sobrado rigor y quizá hablilla; pero lo cierto es que tuvo origen de la severidad del capitán, para que se entienda cuán inexorable debía de ser en los delitos graves, pues se creía de él que aplicaba tan gran castigo á las culpas ligeras.

Basta que este terror causó en los soldados y en los enemigos diversos efectos: en los nuestros aumentó el valor, y en los bárbaros mortificó la fiereza; y hasta los Frisones, que después de la rebelión comenzada, tras la rota de Lucio Apronio, se habían mostrado enemigos ó poco fieles á nuestro partido, dando rehenes vinieron á poblar las tierras que les asignó Corbulón. El mismo les ordenó senado, magistrados y leyes. Y para quitarles la ocasión de menospreciar algún día sus mandamientos, fortificó un puesto capaz de tener en él buena guarnición, y á un mismo tiempo envió gente á exhortar á los Caucios mayores á rendirse, y juntamente por armar traición á Gannasco. No dejaron de hacer efecto las asechanzas, ni se pueden vituperar contra un fugitivo y violador de fe. Por la muerte de Gannasco se alteraron los ánimos de los Caucios, y Corbulón echó con esto entre ellos una semilla de rebelión, la cual, aunque agradaba á muchos, había otros que lo tomaban mal. «¿Para qué es bueno, decían ellos, provocar al enemigo? la adversidad visto está que resulta siempre en daño de la república; la prosperidad dará sin duda nombre de valeroso al capitán, pero harále molesto y formidable tiempo de paz á un príncipe cobarde.» Y dijeron bien, porque no sólo á no consintió Claudio que se hiciesen en Germania nuevos