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Cayo Cornelio Tácito.

( se había hecho al esplendor de los Arsacidas, considerando por otra parte la grandeza.romana, y teniendo respeto á la antigua confederación que había conservado con nosotros, era combatido de varios pensamientos: hombre de ingenio tardo y que holgaba de dilatar las resoluciones; fuera de que se hallaba ocupado en muchas guerras por causa de habérsele rebelado los Hircanos, gente poderosa y fuerte.

En esta suspensión de ánimo, el aviso de otra nueva injuria se le acabó de encender á la venganza: porque, saliendo Tigranes de Armenia, había talado y destruido las tierras de los Adiabenos confinantes suyos, aunque vasallos de Vologeso, en más lugares y más tiempo de lo que se acostumbra en corredurías. Y sufríaú esto muy mal los principales de aquella nación, teniendo á particular vituperio el ser tratados así, no por el capitán romano, sino por la temeridad de un hombre que había sido dado en rehenes y tenido tantos años entre esclavos. Aumentaba este sentimiento Monobazo, su gobernador, preguntando que «de dónde ó á quién acudirían por socorro: que ya no había que tratar del reino de Armenia: que todas las tierras circunvecinas iba llevando el enemigo á su devoción; y que advirtiesen los Partos, caso que no tomasen resolución de defenderlos, que para con los Romanos libraban mucho mejor los rendidos que los conquistados.» Pero nadie le era tan molesto como el desposeído Tiridates; el cual, con silencio murmurador, y tal vez dejándose caer las palabras como al descuido, decía: «que no se conservan los grandes imperios con flojedad y vileza de ánimo; antes era menester llegar á hacer experiencia de los hombres y de las armas: que en la suma fortuna de los reyes, aquel es tenido por más justo que se hace conocer por más poderoso: que el conservar uno lo que es suyo es alabanza tan digna de casas particulares, como de reyes el pelear por lo ajeno.» Movido de estas cosas Vologeso, junta su consejo, y hecho sentar á su lado á Tiridates, comenzó así: «Á éste, en-