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Cayo Cornelio Tácito.

dole de las asechanzas de su madre: que ahora se ofrecía ocasión de mayor merecimiento si hallaba camino cómo quitarle de delante á su mujer Octavia, tan justamente aborrecida por él: que para esto no era menester valerse de las manos ni de las armas, bastaba sólo confesar que había cometido adulterio con ella; y para animarle le promete grandes premios, ocultos por entonces, y lugares amenos y deleitosos donde retirarse, y tras esto, si rehusa el obedecerle, le amenaza con la muerte». Aniceto, por su natural locura y por la facilidad con que había salido de las otras maldades, finge mucho más de lo que se le mandaba, confesándolo también entre los amigos que le había dado el príncipe como para su consejo. Entonces le destierra á Cerdeña, adonde pasó su perpetuo destierro no pobre, y murió al fin de su muerte natural.

Mas Nerón publica por un edicto que Octavia, con intento de valerse para sus designios de la armada, había ganado la voluntad al capitán de ella: y olvidado de que poco antes la había repudiado por estéril, añadió que por esconder su trato deshonesto había hecho diligencias para malparir.

Con esto la desterró á la isla Pandataria. Ninguna mujer desterrada se vió jamás que moviese á mayor piedad á los que la veían. Había quien se acordaba de Agripina, desterrada por Tiberio, y estaba aún más fresca la memoria de Julia, que lo fué por Claudio. Mas aquellas estaban ya en edad perfecta y habían antes gozado de algún contento, con que en cierta manera podían dar algún alivio á la crueldad presente con la memoria de la felicidad pasada.

A ésta el primer día de sus bodas lo fué también de sus exequias, entrando en una casa donde no vió otra cosa sino llanto y luto; habiéndole arrebatado á su padre con veneno, y poco después á su hermano; luego una esclava de más autoridad que ella, y Popea después, casada sólo para su total ruina. En último, la calumnia, aunque falsa, del pecado, mucho más grave para ella que cualquier linaje de