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Cayo Cornelio Tácito.

la sacaron de casa de Nerón so color de un divorcio legítimo, y después se le dieron la casa que había sido de Burrho y las posesiones de Plauto; dones infelices y de mal agüero. Enviáronla tras esto á la provincia de Campa nia con buena guardia de soldados. Comenzaron de aquí muchas quejas, doliéndose clara y descubiertamente el vulgo, como incapaz de prudencia, y que por la medianía de su estado está sujeto á menos temores y peligros.

Movido Nerón de este sentimiento universal, aunque sin arrepentirse de su mal intento, dió muestra de querer llamar á su mujer Octavia; con que llena de alegría sube la plebe al Capitolio, y dando todos gracias á los dioses, derriban las estatuas de Popea, loman sobre sus hombros las imágenes de Octavia, y adornadas de flores, las ponen en la plaza y en los templos. Comienzan tras esto á decir grandes loores del príncipe, y de hecho van á venerarle como en acción de gracias. Ya se hinchía el palacio de voces y de muchedumbre, cuando enviadas para esto escuadras de soldados, dándoles con palos y amenazando de ejercitar las armas, derramaron por diferentes partes la gente alborotada, con que se volvieron á su primer estado las cosas alteradas por la sedición. Restituyósele su honra á Popea, la cual, instigada siempre del aborrecimiento y entonces también del temor, dudando de que no la acometiese el vulgo con mayor violencia, ó que Nerón no mudase de ánimo con la inclinación que había mostrado el pueblo, echándose á sus pies, dijo: «que no estaba en tal término el estado de sus cosas que se litigase ya de matrimonio, dado que lo estimaba en más que su vida, sino de la vida misma, puesta ya en el último peligro por obra de los allegados y esclavos de Octavia; los cuales, cubriéndose con nombre de pueblo, se habían atrevido á intentar en tiempo de paz cosas que apenas podían suceder en la guerra: que aquellas armas no se habían tomado contra otro que contra el príncipe: que sólo les había faltado cabeza, cosa que hallarían