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Los anales.—Libro XIV.

Por otro delito semejante á éste fué trabajado y afligido Fabricio Veyentón (1), habiendo escrito en ciertos libros, llamados por él codicilos, cosas muy feas de senadores y de sacerdotes. Añadía el acusador Talio Gemino que había vendido las mercedes del príncipe y el derecho de alcanzar honores y oficios públicos: cosa que movió á Nerón á querer ser él mismo juez de esta causa; y habiendo sido convencido Veyentón, le desterró de Italia é hizo quemar todos los libros, que se buscaron y leyeron con gusto y curiosidad mientras no se podían tener sin peligro, hasta que la libertad de tenerlos fué causa de que no se buscasen ni estimasen.

Mas creciendo cada día y haciéndose por momentos mayores los males públicos, iban en contrario faltando al mismo paso los remedios. Acabó sus días Burrho; no se sabe de cierto si de enfermedad ó de veneno. Hacíase conjetura de que murió de enfermedad, porque hinchándosele las agallas poco a poco, y apretándosele el paso al respiradero, le iba faltando el espíritu. Muchos afirmaban que por orden de Nerón, como para aplicarle algún remedio, se le tocó el paladar con licor atosigado, y que Burrho, entendida la maldad, cuando le visitó en su casa el príncipe, le volvió las espaldas sin quererle mirar; y preguntado por él cómo estaba, no respondió sino solas estas palabras: «bueno estoy.» Dejó Burrho gran deseo de sí en la ciudad por la memoria de sus virtudes, y por respeto de la vil inocencia del uno de sus sucesores y de las maldades grandes y adulterios del otro. Porque César, dividido entre dos el cargo de las cohortes pretorias, es á saber, en Fenio Rufo, en gracia del pueblo, en quien era amado porque trataba (1) Se cree ser el mismo & quien llama Dión A. Fabricio.

Fué también pretor y el que en los juegos del circo sacó los carros tirados por perros en lugar de caballos.—LIPSIO.—Más adelante fué uno de los instrumentos de la tiranía de Domiciano.