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Cayo Cornelio Tácito.

pas: que había ya mucho tiempo que no se hablaba de verdugos ni de lazos, sin que por esto faltasen otras penas ordenadas por las leyes, con las cuales, sin crueldad de los jueces y sin infamia de los tiempos, se podían decretar los castigos: que antes le desterrasen á una isla y le confiscasen los bienes, donde cuanto más le durase la vida infame, tanto más tardaría en salir de su infelicidad y miseria, y entretanto serviría al mundo de un nobilísimo y público ejemplo de clemencia.» La libertad de Trasea rompió el servil silencio de los otros; y habiendo el cónsul dado licencia para que se declarasen los votos por discesión, todos se pasaron de su parte, salvo algunos pocos, entre los cuales Aulo Vitelio se mostró prontísimo en la adulación: hombre que de ordinario provocaba con injurias á los mejores, y que no se avergonzaba de callar con quien le mostraba el rostro, como es propio de ánimos viles. Mas los cónsules, no atreviéndose á establecer el decreto del senado, escribieron de acuerdo á César todo lo que pasaba. El, suspenso entre la vergüenza y la ira, respondió finalmente: «que Antistio, sin ser provocado por él con alguna injuria, había dicho grandes oprobios contra su persona, de los cuales, habiendo pedido el castigo ante los senadores, hubiera sido justo castigarle conforme á la gravedad del delito. Pero que así como él no hubiera impedido la severidad y rigor del juicio, así tampoco quería prohibir la moderación: que lo juzgasen como quisiesen, que hasta para absolverle les daba licencia.» Leídas en el senado estas ó semejantes cartas, y siendo claro y manifiesto el enojo del príncipe, no por esto mudaron los cónsules la determinación que tenian hecha, ni Trasea retractó su parecer; parte por no cargar al príncipe toda la nota y aborrecimiento que podía ocasionar el rigor; los más, seguros con el número de los que habían concurrido con el mismo voto; y Trasea, por su acostumbrada constancia, y por no descaecer de la reputación que había ganado.