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Cayo Cornelio Tácito.

procurador, mas que sería posible inclinar los ánimos fieros de aquellos bárbaros á la paz. Y no faltó por su parte Policleto en atemorizar hasta nuestros propios soldados, pasada la mar, después de haberse mostrado cargoso y molesto á Italia y Francia con su terrible y soberbio acompañamiento.

Mas á los enemigos todo aquello era ocasión de burla y escarnio; entre los cuales, viviendo aún el nombre de libertad y menospreciando la grandeza y poder de lis libertos, se espantaban de ver que el general y el ejército victorioso en una guerra tan importante se consolasen de obedecer á esclavos. Refiriéronse con todo esto al emperador estas cosas más blandamente de lo que pasaban; y Suetonio continuó en el gobierno de la provincia: al cual, porque después perdió en aquellas costas algunas galeras con toda la chusma, se le ordenó, como si todavía durara la guerra, que entregase el ejército á Petronio Turpiliano, que acababa de dejar el consulado. Este, sin provocar al enemigo ni ser provocado de él, honró á su ociosidad floja y perezosa con honesto nombre de paz.

En este año se cometieron en Roma dos notables maldades, una por atrevimiento de un senador, y otra por osadía de un esclavo. Domicio Balbo, varón pretorio, por hallarse viejo, sin hijos y con mucho dinero, vivía sujeto á mil asechanzas; en cuya prueba, Valerio Fabiano, pariente suyo, nombrado ya para ejercer oficios públicos, hizo en su nombre un testamento falso, acompañándose de Vinicio Rufino y Terencio Leontino, caballeros romanos, los cuales añadieron á Antonio Primo y á Asinio Marcelo; Antonio, atrevido y pronto, y Marcelo, ilustre por la fama de su bisabuelo Asinio Polión: ni por sus costumbres era digno de menosprecio, salvo en tener á la pobreza por el mayor de todos los males. De éstos, pues, y de otros de menos nombre se sirvió Fabiano para autenticar el testamento; de que al fin convencido en el senado, fueron Fabiano, Antonio, Rufino y Terencio condenados en virtud de la ley Cornelia. Mar-