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Cayo Cornelio Tácito.

jaba de mezclar exhortaciones y ruegos, incitándolos á que «menospreciasen las vanas y resonantes amenazas de aquellos bárbaros: mostrándoles como había entre ellos mayor número de mujeres que de juventud; que era gente vil, desarmada y muchas veces vencida. Cederán sin duda; decía él, en viendo las armas y el valor de los vencedores.

Hasta en los ejércitos de muchas legiones son pocos los que desbaratan al enemigo; y nosotros añadiremos esto más á nuestra gloria, si con este poco número que somos ganamos fama como de ejército entero. Advirtióles que procurasen ir bier corrados, y de que en habiendo arrojado los dardos, continuasen la matanza con las espadas, cubriéndose bien con los escudos, sin acordarse de la presa, pues ganada la victoria había de ser todo suyo.»» Seguía á las palabras del capitán tal ardor en la gente y estaban tan apercibidos y dispuestos á arrojar los dardos aquellos soldados viejos y experimentados en tantas peleas, que Suetonio, seguro de tener buen suceso, dió al punto la señal de la batalla.

Estuvo firme al principio la legión, teniendo en lugar de reparo la estrechura del puesto; mas después que llegados los enemigos á tiro de dardo, hubieron los nuestros gastado, y no en vano, todas sus armas arrojadizas, cerraron impetuosamente en escuadrón apiñado. No fué menor el impetu con que embistió la gente de socorro, y la caballería con las lanzas en ristre, rompe y atropella cuanto topa y le hace resistencia. Volvieron los demás las espaldas, aunque podían escapar con dificultad, habiéndose ellos mismos cerrado el paso con sus propios carros. No se abstuvieron los nuestros de matar hasta las mujeres; y los caballos, atravesados con nuestros dardos, hacían mayor el número de los cuerpos muertos. Grande y esclarecida gloria fué la que se ganó este día, digna de compararse á las antiguas y más nobles victorias; porque hay quien escribe que con la pérdida sola de cuatrocientos de los nuestros y