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Los anales.—Libro XIV.

dría más vicios, y el lugar que se le daría á la virtud, á la honestidad, á la modestia, ó á cualquier otra buena y loable costumbre. Ultimamente el mismo Nerón, acompañado de todos sus privados y familiares, se presentó en el tablado, templando con gran arte y atención las cuerdas de su instrumento, y pensando lo que había de cantar. Habíase llegado también á la fiesta la cohorte que estaba de guardia, y los centuriones y tribunos; y Burrho, aunque triste y corrido de ver un acto tan vil, no se atrevía á dejarle de loar como los demás. Entonces primeramente fué cuando se escribieron en lista los caballeros romanos llamados augustanos (1), notables todos por su edad juvenil, fuerza y gallardía; parte de los cuales se movieron á ello por ser naturalmente libres y sin vergüenza, y los demás por la esperanza que les daba para engrandecerse el seguir el gusto del príncipe. Todos éstos andaban hundiendo las calles de día y de noche, dando grandes palmadas en señal de regocijo, y celebrando con títulos y nombres divinos la hermosura y voz de Nerón, con que vinieron á hacerse conocer y estimar de todos, más que si toda su vida hubieran resplandecido en ejercicios de virtud.

Mas porque no se publicasen del emperador solamente estas habilidades en juegos y pasatiempos, dió en mostrar afición á componer versos, juntando, no sólo á los excelentes en esta profesión, sino á cuantos sabía tener algunos principios de poesía. A todos éstos hacía sentar cabe sí, los cuales, tomando los versos que Nerón iba componiendo de repente, y mezclándolos con los que ya ellos traían pensados, los trababan unos con otros y hacían de todos juntos una poesía, supliendo á las palabras en cualquier manera (1) Esa tropa, cuyo número se elevó hasta cinco mil, se reclutaba entre el pueblo. Los mejores, si no únicos títulos para entrar en ella, eran la robustez de los pulmones y la sonoridad de la voz. Los jefes recibían cuarenta mil sestercios de paga.