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Cayo Cornelio Tácito.

a ejercicio; cuyos nombres me ha parecido callar, por ser ya muertos y en honra de sus mayores, y porque toda la culpa queda en quien gastaba dineros, antes por incitarlos al mal que porque no le cometiesen. Forzó también con grandes dádivas á algunos caballeros romanos bien conocidos á ofrecer sus personas para salir á los juegos y ejercicios del anfiteatro, si ya no concedemos que los precios de quien puede mandar obran lo mismo que la fuerza y necesidad de obedecer.

Mas con todo eso, por no quitarse de golpe el velo de la vergüenza presentándose personalmente en el teatro, ordenó los juegos llamados Juveniles (1), para cuyo ejercicio daban á porfía sus nombres todos, y se hacían alistar, sin que la nobleza, la edad, ni las honras alcanzadas fuese de impedimento alguno para dejar de ejercitar el arte de los histriones griegos y latinos, hasta llegar á hacer gestos y meneos mujeriles; y aun las mujeres ilustres no imaginaban sino cosas torpes y feas. En la alameda que hizo plantar Augusto junto al lago en que por su orden se representó una batalla naval, se edificaron cantidad de tabernas y bodegones para que en ellas se vendiese todo aquello que pudiera servir á incitar la gula y la lujuria, contribuyendo para ello indiferentemente todos los buenos por fuerza, y los disolutos por ostentación y vanidad. Fué creciendo con esto la maldad y la infamia, de suerte que en el tiempo en que más estragadas estuvieron las costumbres, no se vió tan abominable avenida de lujurias como las que concurrieron en este abismo de suciedades. Si la vergüenza es una virtud que se conserva con dificultad aun en los actos y estudios honestos, bien se puede juzgar lo que sería en donde todas las competencias se fundaban sobre quién ten(1) Según Dión, LXI, 19. Nerón instituyó estos juegos al nacerle barbas, cuyos pelos consagró á Júpiter Capitolino después de haberlos encerrado en una cajita de oro.